domingo, 11 de septiembre de 2011

Luis García Montero. Un invierno propio


Lleva semanas ocupando la lista de libros más vendidos de poesía. Asunto complicado el de las listas de ventas. Los libreros que figuran como proveedores de información se preguntan quién les pregunta a ellos. Misterios.

Y asunto complicado el de los libros más vendidos. No son pocos los estudios universitarios que han analizado la correlación negativa entre los libros que aparecen como más vendidos y los libros que pasan a la historia de la literatura contemporánea. Otro tema para la reflexión.

Comienza Montero con una declaración de intenciones maxiloconfesionales: "Mi nombre es Luis, / soy español, vivo en Madrid, / en el número uno, calle Larra,/...". La poesía de la experiencia siempre ha sido una manera pretenciosa de denominar a la poesía confesional, basada en un yo hipertrofiado, y lo que es peor, brutalmente aburrido. El comienzo del libro prepara para una suerte de diario especialmente tedioso. El segundo poema, dedicado a su amigo Chus, trata de la amistad y comienza con dos versos que firmaría el peor Sabina. ¿Será verdad que esto puede ser contagioso?

Parece, y se confirma en la lectura, que hay una predisposición a figuras retóricas como la paradoja (repetitivas en el manejo de la mañana/noche), y una tendencia al aforismo aniñado (aquel que no ha terminado de crecer intelectualmente), especialmente en los títulos de cada poema (individualizados como si fueran capítulos, de forma que el libro gaste el mayor número de árboles posible).

Se van sucediendo situaciones de enorme interés dramático en cada uno de los siguientes poemas (el paso por un arco de seguridad aeroportuario, la espera en un teatro...) y Montero trata, en la medida de sus posibilidades, de otorgarle categoría lírica a cada uno de esos momentos ecuménicos abusando de la comparación, la metáfora y cualquier otra herramienta literaria que se le ocurra. El problema es que tiene la misma eficacia que hinchar un neumático de camión a base de soplidos. No hay alma poética ni profundidad. Tan sólo simples herramientas retóricas que nunca pueden levantar por sí solas un poema. En su caso, lo atraviesan.

Pronto aparecen, además, esas pésimas metáforas tan características del autor: "un corazón de lluvia", "una noche de páginas en blanco", "Antes de deshojar las palabras comunes, / necesito la rosa de la noche", "el arañazo rojo de los amaneceres"... Esto configura no sólo un edificio poético vacío sino unos soportales tan endebles que contribuyen, en vez de ayudar, a hundir de lleno el texto en la mediocridad lírica. También aparecen juegos de palabras que sientan tan bien al poema como a una señora gruesa, con perdón, en un vestido rosa de ballet. No es extraño ver clichés extenuados en mil libros anteriores y aquí usados con descaro (el norte/sur, "y tú me digas sí/para venir conmigo" (homenaje conjunto a Los Panchos y a Amado Nervo), la lluvia, la luna, la noche, los terribles poemas de amor, la nieve)... E incluso hay ciertos acercamientos a una poesía surrealista que parecen parches de color verde sobre el neumático que mencionamos anteriormente.

También hay poemas de corte más reflexivo. Como es evidente, las reflexiones son de alcance limitado y siguen teniendo ese tufo confesional del que Montero es incapaz de huir. Y luego se observan multitud de versos intertextuales, usados no como renovación del texto anterior sino como algunos pueblos usaban las piedras de los templos egipcios: sin complejos y para construir chozas donde antes había palacios.

Rescatamos, eso sí, dos conjuntos de versos, entre tanta palabrería: "porque el viento se calma con caricias / igual que los caballos en días de tormenta."; "que las enamoradas / buscasen un espejo donde sentir los labios".

"Eran días de lluvia en un invierno propio", escribe Montero en el verso que da título al libro. Ese invierno, como etapa final, es lo que resalta en el nuevo poemario del editor-poeta. Montero recuerda en una autocita a sus habitaciones separadas, un libro desde el cual ha ido descendiendo hasta llegar a sus dos últimos volúmenes. En este tiempo el taxi ha sido sustituido por los aviones y aeropuertos, una presencia abundante en este libro, pero poco más ha cambiado.

Es muy posible que en toda la historia de la poesía española no haya habido otro poeta con mayor poder que Montero. Co-dirige la colección pija de una de las tres editoriales de poesía más grandes del mundo, controla el 90% de los grandes premios económicos, controla los dos festivales de poesía más importantes de España (Córdoba y Granada), maneja a su antojo a los medios de comunicación de izquierdas y derechas, es junto con su amigo Chus el nuevo virrey de la Nueva España latinoamericana y de su grandísimo mercado, los poetas acuden de rodillas y en romería a su regazo, establece un criterio estilístico del cual no se puede salir sus seguidores, cierra las puertas con candado a quienes no se postran ante él... Y por supuesto tiene a su alrededor un grupo de pelotas nutrido y considerable que le deben alabar todos sus versos a cambio de lo que todos conocemos. Jamás un poeta tan mediocre en lo literario ha sido tan poderoso y a la vez tan peligroso para la poesía (en cuanto a su capacidad para fomentar la consanguinidad). Cualquier posible lector que llegue a la poesía contemporánea a través de Montero, pensando que debe ser el mejor poeta del globo terráqueo dada la inflamación mediática, se dará de bruces con libros como éste, libros que alejan para siempre al lector y al poeta. Ídem con los estudiosos de poesía extranjeros. Si sus ayudantes de cámara piensan que con ladrillos poéticos de este tipo se avanza en el acercamiento al lector es que tienen una opinión sobre el lector muy deplorable.

Con una cadencia monótona, aburrido, sin base poética y carente de cualquier hondura lírica perdurable, este diario de un burgués presuntamente de izquierdas no tiene el discreto encanto de la burguesía. Tiene poemas interminables, ombliguismo, tedio, ausencia de autocrítica y, eso sí, muestra la incapacidad poética de una persona a la que el tiempo colocará en la nada.

Valoración de "Un invierno propio": 2/ 10