viernes, 5 de septiembre de 2008

William Ospina. Poesía 1974-2004.


Buenas a todas y todos,

Algunos ya pensaban que el colectivo había muerto. Lo sentimos. Mala hierba nunca muere. Y encima venimos con las pilas recargadas. Qué se le va a hacer...

A los que nos habéis escrito a nuestro buzón de correo, os pedimos de nuevo disculpas por el retraso en contestaros. De todos los correos nos quedamos con la tierna carta de una señora chilena que nos decía que, viendo la foto, éramos, o era el supuesto Addison, muy guapo. No está de más recordar que la foto es de George Sanders, que se llevó merecidamente el Oscar por su papel del cínico crítico Addison de Witt en Eva al desnudo.

Llevamos retraso, como es evidente, en las críticas. Por tanto, como en otras ocasiones, sólo recuperaremos aquellos libros que creamos que merecen la pena.

Por orden de antigüedad, el turno es para el colombiano William Ospina, que nos presenta casi su poesía completa en esta excelente edición de La otra orilla, la misma editorial de Belacqva, edición en la que sólo echamos de menos una introducción más extensa.

El libro comienza con unos "Poemas tempranos", que tienen un interés biobliográfico más que poético, y de los que el propio poeta dice que son "voces que con pudor intentaba imitar."

El primer poemario propiamente dicho es "Hilo de arena", de 1984. Tanto éste como el siguiente poemario, "La luna del dragón" comparten elementos comunes y estarían en nuestra opinión bastante por debajo del nivel que el poeta logra en sus siguientes libros. "Hilo de arena" comienza con el poema "El día se despide", ejemplo del optimismo que emanan, en general, todos los poemas de William, en donde, aún siendo consciente de los males que pueblan el mundo, el autor trata siempre de conservar la llama de la esperanza. La mayoría de los poemas son largos, algunos en exceso, como largas son las frases que se reparten en los versos. Igualmente la extensión de los versos suele ser larga, y se irá alargando en futuros libros.

Este poemario, junto con el siguiente, presentan algunos problemas:

1) En primer lugar, hay un exceso de narratividad. En ocasiones el poema es más parecido a un relato cortado en versos. Ejemplo: "Un recuerdo de invierno".
2) Tono culturalista: La sombra de los poetas amados por William está todavía muy presente en estos dos libros, en especial la de Ezra Pound y la de Hölderlin, aunque también hay muchos ecos de poetas románticos (por ejemplo en "El temerario llevado al desguace", basado en una pintura de Turner, o en "Solus Rex"). Falta todavía la voz propia que el poeta logrará en futuros poemarios. Los poemas sobre grandes nombres clásicos son siempre correctos pero no aportan nada a temas y propuestas poéticas ya leídas.
3) El exceso de extensión de algunos poemas, junto con un tono rítmico mantenido, crea una cierta sensación monótona. Esto nos ocurre, por ejemplo, en el poema "América"o en "Notre Dame de París".
4) El tono y léxico a veces rozan lo pomposo y excesivamente elocuente. Como ejemplo, "El efebo de Marathon".

En general, la temática de los poemas es la historia, es muchos casos la historia clásica (Hércules, Antígona, Sócrates, Virgilio, Parténope, Ariadna, El coloso de Rodas, Eróstrato), la historia de los grandes nombres (el rey Carlos, Montaigne, Jeanne d'Arc, Alejandro, San Jerónimo) poetas (Góngora, Quevedo, ) o lugares (Roma, Notre Dame, Creta, Atenas. Vía Apia), y en general hay una abundancia de nombres propios. No falta tampoco el beautus ille, como en el poema "Sembrados de fresno", uno de los mejores de "Hilos de arena". Esto contrasta con futuros poemarios, donde el poeta incluirá con frecuencia a personajes anónimos. De hecho, algún pequeño poema que se sale del estilo y la temática general, como Obreros, marca la capacidad del poeta para, una vez desprendido de herencias, brillar con luz propia:

Obreros

La labor terminada,
¿qué obrero habrá añadido
como una furtiva caricia
sobre el muro de piedra los musgos amarillos?

Igualmente ocurre cuando el poeta se olvida de Europa y los grandes nombres y vuelve a su tierra natal, como en "Ahora" o en "Casas".

El gran cambio viene a mitad del libro con el poemario "El país del viento". El poeta se olvida del gastado culturalismo, se introduce en sus raíces americanas y lo hace con una brillantez y una capacidad lírica sorprendentes. "El país del viento" no sólo es el mejor poemario del libro, sino que es uno de los mejores poemarios de la historia reciente de la literatura latinoamericana.

"El país del viento" comienza con "El mongol", excelente poema que muestra un tono completamente distinto a los anteriores. La poesía se chamaniza, busca lo sagrado a la vez que lo terrenal, abundan los animales y los mitos indios. En resumen, brota la magia. Curiosamente, los versos se hacen extensísimos, por encima de la veinte sílabas, pero los poemas ganan en lirismo. Así comienza "El mongol":

"Nunca supimos cuándo la desesperante blancura se había convertido en otro imperio.
El idioma del lobo era el mismo, y no le repugnó nuestra carne.
Pero todo hombre sabe que a través de cada nuevo pinar es Otro el que envía sus rayos,
que son las angustias de la tierra las que determinan los nombres del cielo."

El tono mágico-chamánico continua a través de otros poemas, con una temática muy distinta a la anterior. Ahora los poemas se titulan "El jefe Sioux", "En una tienda Dakota", "Un viking en Terranova"...

Entre los poemas destacaríamos por su brillantez "En las mesetas del Vaupés" ("Qué son las canoas sino árboles cansados de estar quietos"), el cántico "De uno que ha llegado a las costas de Chile", "Invocación sobre el río negro", "En la isla de Pascua" ("por esos ojos de piedra cuyo horario es lo eterno / y que cada mil años parpadean"). La magia se pierde de nuevo cuando el poeta vuelve muy ocasionalmente a los grandes nombres europeos ("Los ojos de Rodrigo de Triana", "Lope de Aguirre") aunque incluso en este caso, olvidando el adjetivo europeos en el segundo caso, hay dos poemas que realmente funcionan: "Alexander von Humboldt" y "Walt Whitman". Pero la magia está en los personajes anónimos a través de los cuales el poeta habla, como en el poema "Lo que dice una mujer vieja en un puerto del Pacífico", brillante reflexión sobre la muerte y la vida: "ese que viene a decirme que sólo es nuestro lo que no podemos perder."

El poemario termina con tres buenos poemas entre los que destaca el excelente "La canción de los viejos en las aceras de Metrópolis" en donde, aunque el esteticismo roza sus límites, el resultado es brillante.

El siguiente poemario se titula "¿Con quién habla Virginia caminando hacia el agua?". En la introducción el poeta nos anuncia que va a hablar de personajes y hechos más actuales. Aunque sin estar a la altura de la brillantez de "El país del viento", nos encontramos ante un buen poemario en donde William recorre sus obsesiones y mitos más cercanos en el tiempo. Curiosamente, uno de los mejores poemas, el tercero, titulado "Un anarquista", anónimo, es uno de los más brillantes. En general, el poeta alcanza un elevado nivel cuando habla en primera persona y se introduce en la mente de otro sujeto poético, y baja cuando utiliza la tercera persona. Y decimos en general porque la "Invocación a Olga Tsaratukhina" es un poema muy bueno: "y tenemos que llamar paz al congelado río que formó tanta sangre."

Otras veces el poeta parece querer contar demasiadas cosas en un mismo poema, como en las palabras de la condesa Sonia, o en "Porfirio Rubirosa", o hay poco poesía como en el "Discurso del duce...". El resultado es mucho mejor en poemas más cortos y líricos como el titulado "Franz Marc" o en "Guillaume Apollinaire":

"Los pequeños y vertiginosos planetas de plomo
incandescentes cruzan el aire del crepúsculo
buscando estos calientes pechos llenos de miedo."

Por supuesto, no hay ni una sola regla general en este escritor, y el poema largo "¿Con quien habla Virginia caminando hacia el agua" es de nuevo excelente, y, eso sí, está escrito en primera persona, como si fuera la divina Virginia la que hablara.

El poeta, que en libros anteriores había usado con poca fortuna el soneto, y que aquí tiene dos poemas rimados poco logrados, usa en una ocasión el haiku y sí logra un meritorio ejemplo:

Haiku de Hiroshima

Todas las hojas
de diez largos otoños
en un instante.

En este largo poemario, el poeta, buen preguntador, traslada sus cuestiones a un director en el magnífico "El director de orquesta", o directamente sube varios escalones el nivel en el de nuevo excelente "9 de abril de 1948": "¿Qué es el amor sino el recuerdo oscuro / de ser parte de un todo?." Interesante en lo estilístico y en su contenido es el poema "Esa niebla que asciende hacia San Marcos", escrito en forma de diálogo guionizado, en donde resuena la voz de Pound. Fallido en la canción hutu, resulta estremecedor en "El loco", en donde el chamán se adelanta varios años a la caída de las torres gemelas.

El libro termina con tres poemas, dos de los cuales son de nuevo de alto nivel: "Lo que vio el joven nórdico en la soledad de la noche" y "Una mañana de miel" que comienza con el sencillo y hermoso verso: "Hay que buscar el árbol que habla."

El resto del libro está constituido por el largo poema "África", demasiado tópico, y por una selección de poemas del libro "La prisa de los árboles", algo irregulares en contenido, en donde nos quedamos con la segunda parte de "Deborah" y con "Bolivia": "La trucha abierta es una mariposa."

En las más de 300 páginas de este libro de William Ospina el poeta nos ofrece su evolución poética desde un estilo poco personal y original hasta una voz propia, a veces apasionante. Un libro recomendable de un autor a quien la prosa tampoco se le debe dar mal, y que es una buena muestra de la excelente poesía que se está escribiendo en el otro lado del Atlántico.

Valoración del libro "William Ospina. Poesía 1974-2004": 7, 5 / 10