miércoles, 24 de septiembre de 2008

Eloy Sánchez Rosillo. "Oír la luz"


Queridos amigos y amigas:

Comenzamos por el final. ¿Qué le pasa a Tusquets? ¿Qué rumbo ha cogido su colección de poesía?...

El poemario que pasamos a comentar es "Oír la luz". Lo escribe Eloy Sánchez Rosillo y edita Tusquets. La reseña la escribió en primer lugar Ángel Luis Prieto de Paula en Babelia.

Eloy es un poeta afable, simpático y buena gente. Nos daremos una objetividad de acuerdo a ese perfil: 6 / 10. Respecto a la objetividad del crítico, en nuestra opinión, profesor reseñando a profesor, compañero a compañero, no puede ser muy alta. ¿Igualamos? Bien: 6/10

En rojo, extraíble y desechable, el libro contiene un aviso que nos hace temernos lo peor: "Una de las obras poéticas más genuinas de las últimas décadas. Una voz, una palabra limpia, bruñida, auténtica." Firma: Miguel García-Posada. Desgraciadamente, nuestros peores augurios se van a cumplir.

¿Qué le ocurre a la crítica española oficialista para alabar un libro como éste? ¿Dónde ha quedado su objetividad, su conexión con el siglo en el que vivimos? Necesitamos comenzar de cero. La poesía española, en su aspecto crítico, pide un relevo generacional urgente para evitar la esclerosis múltiple que se ve en sus alturas mediáticas.

Marginales, se llama la colección. Ya. ¿Al margen de qué? "Nuevos textos sagrados" de subtítulo de colección. ¿Se puede ser más pretencioso y a la vez más incongruente? Ni marginales ni sagrados. Con las excepciones que ya hemos comentado en otras ocasiones, podríamos empezar a hablar de prescindibles. Textos encumbrados prescindibles.

El libro de Eloy, salvo por algunos escasos poemas, cumple con todos los defectos de los últimos números de la colección, acentuándolos en algunos casos e igualándolos en otros, no sin algún aspecto original propio del poeta. De nuevo, la obsesión temática con la luz, sin trazas de originalidad ni en forma ni en fondo, una luz que se convierte en una metáfora obsesiva del libro, luz capaz de curar a la humanidad de todos sus problemas, y que se corresponde con una subtrama supuestamente mistérica que nunca llega a ser tal.

En primer lugar, denominador común de unos poetas que casi podrían denominarse, educadamente, nuevos formalistas, el lenguaje es, en general, artificial y amanerado, llegando a la cursilería en varias ocasiones. Salteados, sin vocación de ser exhaustivos salvo que alguien nos lo reclame: "una alamo / encendido al sol, la golondrina / que vuela en el jardín de un lado a otro", "En este instante pasa una muchacha / por delante de mi melancolía", "la inapresible flor de la esperanza", "se alcen en la remota heredad de la aurora", "Siempre es nueva la dicha de los ojos / cuando vuelve la aurora."; o el gongorismo: "La luz del día le arrancaba súbita / mágicos centelleos de oro limpio, / esquirlas de diamante."

Incluso hay alguna reminiscencia borbónica: "me conmueve y me llena el corazón / de alegría y consuelo." También un homenaje, no sabemos si voluntario o involuntario, a Victor Manuel: "Las palabras de amor que pronunciaron / tantos y tantos labios, ¿dónde están?" Y algún poema casi escolar como "Apunte de una nube", que describe las variadas formas de una nube y que supone la sima de todo el poemario.

En segundo lugar, a pesar del amaneramiento del lenguaje, en muchas ocasiones, paradójicamente, o no, el texto cae en lo narrativo. Hay varios ejemplos pero pondremos sólo uno: "He soñado esta noche que volvía / a una ciudad de Italia en la que estuve / todo un verano de mi juventud. / Me ocurrieron allí cosas hermosas, / y fui dichoso entonces como apenas / haya alcanzado nunca a serlo / tan plenamente." Otros poemas sobrecargados narrativamente y que podrían pasar por prosa pura en otra disposición espacial serían "Invierno", "Porque nada termina", "Observación del alma" o "La feria del sol".

Como suele ser habitual en este grupo de poetas, la complacencia métrica es total y el lenguaje se ve sometido no pocas veces al triste y monótono cómputo de sílabas impares.

Cuando el poeta no cae en lo narrativo sino que intenta reflexionar, las reflexiones son todo lo contrario a lo que llamaríamos una reflexión profunda. Si un poeta decide poner por escrito sus pensamientos, lo mínimo sería que estos aportaran algo de originalidad o de profundidad. Ocurre justo lo contrario. En "Los trabajos del alma" sabemos que el alma está ocupada en sus propios asuntos. Bien. En "De la naturaleza de las cosas" se hace una referencia heraclitiana sin mayor aporte, y que encontramos en algún otro poema. En "Correspondencias" el poeta escribe sobre el concepto milenario ying-yang...

La misma falta de originalidad se aprecia cuando el poeta decide usar la retórica y comienza a tirar de toda una serie de clichés que ya no aguantan más. Sintagmas como "manantial del tiempo". O versos como "la incadescencia en que el amor destruye", "que en el cielo encendían y apagaban / intermitentemente las estrellas", "y a la mágica luna, que mostraba en las noches / su faz entre las nubes", "abril no es sólo abril, /sino algo más, inmenso, incalculable", "El sol de la mañana entraba allí a raudales /.../ahora en mi corazón lo noto entrar", "Hasta el mar se le acerca mansamente / y le lame los pies", etc.

Incluso algún poema es en sí mismo un cliché, como el que habla de la pérdida de oportunidad a través de la metáfora de perder un tren y titulado "Trenes". El propio poeta da la clave del origen de tanto cliché en su metapoético "Una palabra y otra".

Y la especialidad del poeta, los poemas elegíacos, nos cuentan experiencias que en general resultan intranscendentes por su carácter anecdótico, sean los gallos o las estaciones que se repiten una y otra vez. No canta en el pecho la elegía como dice el poeta. En otras ocasiones, la personalización del verano, "Adios, verano", o de los recuerdos, resulta muy desafortunada.

Sí, hay poemas por encima de la media como "Mirar", el sinestésico que da título al libro "Oír la luz", el narrativo pero poético "En la casa de Keats", o los dos poemas en los que habla de su madre, "Madres", y sobre todo, "Irreparablemente". Pero en general es un libro que nace viejo, lugar común de muchos otros lugares comunes lejanísimos, falto de brillantez, de ingenio y, sobre todo, de poesía. Más que pedirle ayuda a la "Señora", como hace el poeta, para escribir sus nuevos versos, no estaría de más actualizar esas lecturas de los maravillosos Keats o Dickinson que menciona con algo que pertenezca al tiempo que nos ha tocado vivir.

Abran paso.

Valoración del libro "Oír la luz": 3,5 / 10